José Luis Trullo.- Si algo caracteriza al humanista del Renacimiento es su afán de armonizarlo todo, incluidos (y en especial) los grandes antagonistas: la cultura pagana de griegos y romanos, y la tradición cristiana en la cual él mismo se inserta y a la cual sueña con fecundar constantemente con nuevas aguas, procedentes de quién sabe qué fuentes: alquimia, cábala, hermetismo... El caso extremo, incluso un tanto ingenuo, lo constituye Marsilio Ficino remontando el origen de nuestro monoteísmo nada menos que a los antiguos egipcios, merced a su equivocada creencia de que el Corpus Hermeticum era una obra de génesis remota, y no la mixtificación histórica que en realidad fue. Permanecía, eso sí, intacto su sueño de alcanzar una síntesis postrera –quién sabe si precursora de la hegeliana– en la cual se armonizarían amorosamente todos los denuedos humanos por trascender(se) y avizorar, si quiera de un modo efímero, las delicias celestiales.
Conmueve el afán de los Valla, Erasmo, Budé o el propio Agricola por integrar el rico legado recién rescatado de la antigüedad clásica en el patrimonio cristiano, fertilizado además con la recuperación de los Padres de la Iglesia menos frecuentados durante la Edad Media. Pero es que, para un humanista, claro está, nada de lo humano le es ajeno, y menos aún si se aboca a lo divino con espíritu sincero. (Nadie menos antropocéntrico que un humanista auténtico, y no meramente retórico).
Philosophia Christi, llamaba Rodolfo Agricola a su doctrina, siguiendo el ejemplo erasmiano, en la cual “intentaba mediar entre la sabiduría antigua y la fe cristiana”, según glosa L.W. Spitz en su análisis de la figura del autor incluido en el libro The Religious Renaissance of the German Humanists. No en vano, si algo caracteriza al humanismo es su descubrimiento de que pervive entre todas las personas una raíz común que nos hermana en cuanto hijos de un mismo Padre. ¿Y no es ese el mensaje esencial de Cristo? Amaos los unos a los otros… y a Dios sobre todas las cosas. Si hay que perdonar las afrentas que nos hacen es porque quien nos hiere es… como nosotros, somos nosotros. El leproso, la adúltera, el endemoniado, ante todo son hombres, y no podemos volverles la espalda porque nos estaríamos negando a nosotros mismos.
Un cristiano tiene, por fuerza, que ser un humanista, y un humanista no puede por menos que tener a Cristo en su corazón (aunque una lectura tendenciosa de la historia nos quiera persuadir de que el Renacimiento fue poco menos que una época atea). Ahora bien, como bien señala E.F. Rice Jr. en su artículo «The Renaissance Idea of Christian Antiquity: Humanist Idea of Patristic Scholarship», incluido en la magna obra colectiva Renaissance humanism: foundations, forms and legacy, dirigida por A. Rabil, “no hubo ateos en el Renacimiento. Ningún humanista fue pagano. Desde el principio del rescate de la antigüedad, el entusiasmo por la literatura antigua pagana fue inseparable del entusiasmo por la literatura antigua cristiana”. Sólo una visión de la época sesgada, o directamente fraudulenta, según la cual con el final de la Edad Media poco menos que se puso en marcha el largo camino hacia la Ilustración y, con ello, la inminente muerte de Dios, puede sostener que el humanismo renacentista mostró un escaso entusiasmo por los asuntos religiosos, decantándose en cambio por los asuntos cívicos y políticos. A este respecto, recomiendo a quien pueda interesar la lectura del monumental estudio In our image and likeness: humanity and divinity in Italian humanist thought (1970) de Ch. E. Trinkaus, a lo largo de cuyas más de ¡900 páginas! descubrirá qué pensaban los mayores autores italianos de los siglos XV y XVI acerca de temas tan centrales para un cristiano como la inmortalidad del alma, la salvación personal, los sacramentos, la eucaristía o el libre albedrío.
La publicación, por primera vez en castellano, y en versión directa del latín, de la oratio o pregón Sobre la Natividad de Nuestro Señor, de Rodolfo Agricola, aparte de su interés intrínseco, y más allá incluso de su valor documental o arqueológico, constituye un modesto intento de contribuir a un conocimiento más veraz, ya no sólo de un autor y una época de por sí fascinantes, sino de la rica tradición del humanismo cristiano. A pesar de que un ateísmo de vía estrecha ha querido y sigue queriendo extirpar la religión de los corazones de los hombres, ésta continúa bombeando su sangre por debajo del alud de infamias y mixtificaciones con que la quieren sepultar, y a menudo suplantar. Basta correr las cortinas y atender. El mensaje sigue vivo. Y nos está esperando.
R. Agricola, Sobre la Natividad de Nuestro Señor. Trad. de Jesús Cotta. Prólogo de José Julio Cabanillas. Cypress Cultura, Sevilla, 2019.
En Speculum reunimos textos e imágenes de la tradición occidental
desde una perspectiva abiertamente cristiana
con el propósito de contribuir a su mejor conocimiento,
en la convicción de que el saber es el mejor camino hacia la fe.
Antonio Barnés:
"El proyecto ilustrado de una humanidad
sin Dios está agotado"
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(traducción inédita)
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(reflexión)
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(aforismos inéditos)
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(poemas inéditos)
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(avance editorial)
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(retrospectiva literaria)
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(opinión)
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(semblanza)
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Las cantilaciones poéticas
de Ander Mayora
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Camón Aznar:
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(aforismos)
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Nicolás Gómez Dávila:
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y el reino de Dios
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