Redacción.- El escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) es uno de los mayores aforistas del siglo XX, y seguramente de la historia del género. En sus Escolios para un texto implícito, monumental volumen compuesto por casi diez mil textos breves, acometió una brutal impugnación de la civilización moderna y sus apabullantes mitos, entre ellos, el mayor de todos: el del progreso. Abiertamente reaccionario y decididamente conservador, Gómez Dávila encuentra en Dios la base firme y cierta sobre la que elevarse sobre su época y, extendiendo el dedo acusador como un profeta, afearle sus vicios y sus múltiples vergüenzas. A continuación reproducimos una muestra de sus aforismos sobre Dios, publicados previamente en la revista digital El Aforista.
A la trivialización que invade el mundo podemos oponernos resucitando a Dios por retaguardia.
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El corazón no se rebela contra la voluntad de Dios, sino contra los “porqués” que se atreven a atribuirle.
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No debemos creer en el Dios del teólogo sino cuando se parece al Dios que invoca la angustia.
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“Reino de Dios” no es el nombre cristiano de un paraíso futurista.
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Debemos acoger toda ventura, sin temor pagano ni presunción imbécil. Serenidad perfecta del instante en que parece que nos ligara a Dios una complicidad incomprensible.
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La serenidad es el estado de ánimo del que encargó a Dios, una vez por todas, de todas las cosas.
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Sólo Dios y el punto central de mi conciencia no me sonadv enticios.
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El estudio psicológico de las conversiones sólo produce flores de retórica. Las sendas de Dios son secretas.
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La soledad que hiela no es la carente de vecinos, sino la desertada por Dios.
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El cristianismo completa el paganismo agregando al temor a lo divino la confianza en Dios.
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Abundan los que se creen enemigos de Dios y sólo alcanzan a serlo del sacristán.
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El subjetivismo es la garantía que el hombre se inventa cuando deja de creer en Dios.
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El que no busca a Dios en el fondo de su alma, no encuentra allí sino fango.
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Hablar sobre Dios es presuntuoso, no hablar de Dios es imbécil.
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El hombre solamente es importante si es verdad que un Dios ha muerto por él.
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No viviría ni una fracción de segundo si dejara de sentir el amparo de la existencia de Dios.
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Dios no muere, pero desgraciadamente para el hombre los dioses subalternos como el pudor, el honor, la dignidad, la decencia, han perecido.
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Los acontecimientos históricos dejan de ser interesantes a medida que sus participantes se acostumbran a juzgar todo con categorías puramente laicas. Sin la intervención de dioses todo se vuelve aburrido.
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El clero moderno cree poder acercar mejor el hombre a Cristo, insistiendo sobre la humanidad de Jesús. Olvidando así que no confiamos en Cristo porque es hombre, sino porque es Dios.
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Si no se cree en Dios, lo único honesto es el Utilitarismo vulgar. Lo demás es retórica.
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Lo importante no es que el hombre crea en la existencia de Dios, lo importante es que Dios exista.
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El rival de Dios no es nunca la creatura concreta que amamos. Lo que termina en apóstasis es la veneración del hombre, el culto de la humanidad.