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Navidad todo el año: cristianismo.
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Jesucristo: el único Creador engendrado mortal.
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La luz que desprende el Niño Jesús es la misma que creó Dios el primer día: por eso no se limita a iluminar sino que, además, convierte.
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La contemplación mística del Portal de Belén es capaz, por sí misma, de cancelar el orden terrenal y transmutar todos los valores temporales, franqueando el acceso a lo eterno. Su observación material lo deja todo como está: triste, caído y mortal.
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‒¡Contémplate en ese Niño! ¡Recuerda que tú también fuiste bebé! ‒le espeta un ángel a la oreja al pecador, al escéptico, al espíritu senil, ante una infantil figurilla de barro en un belén.
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Como niños, simplemente, no: para alcanzar el Reino de los Cielos tenéis que ser como el Niño Jesús: puros, serenos y radiantes.
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Reyes y pastores, ¡todos prostrados! ¿Cómo no iba a reinar quien destronó a los soberanos y despertó la simpatía de los más simples?
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En el Niño Jesús se aúnan todos los atributos del alma individual, en su estado originario: inocencia, desvalimiento, vulnerabilidad... Por eso, cuando Le contemplamos, nos vemos a nosotros mismos ‒o, cuanto menos, a esa parte que fue hecha "a imagen y semejanza" del Creador.
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¡Dios mío! Sin Ti, no soy nada. Contigo... también... pero nada redimida, acogida, salvada. (Una nada sin mala conciencia).
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Las preposiciones las carga el diablo.- Hay que creer "en" Dios (como quien accede a un espacio vastísimo), y no "a" Dios (como quien concede un préstamo con intereses espurios).
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Hablarle a Dios a un ateo es como mentarle los colores a un daltónico. Aunque pueda llegar a entenderlo, nunca Le verá.
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Quienes creen, y por el mero hecho de creer, se han salvado ahora, se han salvado hoy. Su reino ya es de este mundo.
OTROS TEXTOS
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Edita: Libros al Albur